viernes, 20 de noviembre de 2015

QUE LA FUERZA TE ACOMPAÑE




Ya han pasado varios días desde que sucedieron los atentados en París el 13 de noviembre del 2015 y me siento obligada a expresar mi muy humilde opinión tras haber leído y escuchado todo tipo de reacciones alrededor del planeta, tanto en las redes sociales, como en medios de comunicación de todo tipo.

Tengo el privilegio de poder comunicarme en varios idiomas, principalmente en inglés, francés y español. He tenido mucha suerte en mi vida, pues se me ha dado la oportunidad de vivir y trabajar en distintos sitios como el Caribe, América Latina, Europa y la India. Antes de que piensen que soy una chica del jet-set gozando permanentemente de unas largas vacaciones en el extranjero, debo confesarles que aunque he viajado a muchos lugares, algunos de ellos no han sido exactamente recomendables para los turistas ni mucho menos sitios que se considerarían “seguros”. Incluso, en algunos de los países con reputación más tranquila he presenciado a gente que violentamente vitupera que yo no pertenezco a su país y que debo "regresarme al mío". ¡Lo bueno es que permanezco convencida de que absolutamente todas mis experiencias han sido enriquecedoras!

Soy una ciudadana como todo el mundo y cada vez que tengo una oportunidad intento mantenerme informada acerca de la paz mundial mediante las noticias escritas en Europa, América, Asia o África. Confieso que no poseo gran afición a los medios de comunicación de extrema derecha... pero en ocasiones también me ayudan a formarme alguna opinión acerca de un determinado evento. Y sí, también le doy una ojeada diaria a Al Jazeera.

Pero bueno, déjenme darles algunos antecedentes. Nací en México, más específicamente en la frontera con los Estados Unidos. Desde que tenía 4 años, decidí que era muy importante escuchar y tomar en cuenta distintos puntos de vista: Mi padre es francés y mi madre mexicana. Crecí bajo la dictadura de partido en México, pero al mismo tiempo cruzaba diariamente la frontera para ir a una escuela en un país democrático, los Estados Unidos. Mi escuela era católica y mi familia atea. Mi vida entera ha sido una convergencia de puntos de vista. Fue así como aprendí desde muy pequeña que todo ser humano aspira a ser feliz.

Les cuento que mientras que en mi escuela americana yo aprendía que los Estados Unidos habían salvado a Europa durante la Segunda Guerra Mundial,  mi padre, como buen francés, me educaba hablándome sobre los valientes miembros de nuestra familia que habían luchado contra la ocupación alemana de Francia en aquella época. Algunos de ellos habían pasado tiempo en los campos de concentración nazis. A pesar de saber esto, más adelante, en mi adolescencia, una de mis mejores amigas fue alemana. Si mal no recuerdo, su madre había sido la secretaria de Himmler (hombre en gran parte responsable del holocausto). Mi familia quiso mucho a mi amiga. Ella y sus padres también me acogieron y mimaron durante una semana en Munich. Al visitarlos, entendí que la madre de mi amiga se había visto obligada a encontrar maneras de lidiar con la tremenda culpa que sentía con respecto al papel que le había tocado desempeñar en aquella guerra. Se había convertido en psicóloga, con el objetivo de ayudar al prójimo.

Enfin, yo estaba aprendiendo de todas estas experiencias que la guerra, el resentimiento o la ira son incapaces de alimentar la felicidad. Estaba convencida desde lo alto de mis pocos años que todo el mundo acabaría por aprender lo mismo.

A lo largo de mi vida me ha tocado observar la guerra, la dictadura, el racismo y el terror ya sea de cerca o de lejos. Cuando las torres del World Trade Center se derrumbaron una semana después de haber visitado Nueva York en el 2001, sentí un inmenso dolor por la humanidad.

Más tarde, cuando en Bombay (India) se desataron varios ataques terroristas simultáneos en el 2008, pasé 3 días delante de la pantalla del televisor mirando las noticias con una incredulidad que me quitó el sueño y el apetito durante varios días. Una de las razones de mi profunda desazón era el hecho de sentir que los medios de comunicación occidentales informaban principalmente sobre los atentados en hoteles de lujo o zonas turísticas de la ciudad. ¡Qué injusticia y qué rabia! Los terroristas acababan de ametrallar a gente común y corriente (no extranjeros) en la estación de trenes a la misma hora, que resultaba ser la hora pico. ¡Una masacre impresionante! Al final de cuentas murieron 136 nacionales indios y 28 extranjeros a manos de los terroristas.  Me sentía indignada. ¿Por qué los medios de comunicación parecían fijarse más en las muertes extranjeras?

Enfin, pero ahora hablemos de lo recientemente ocurrido en París. Tras los atentados del 13 de noviembre, comencé a ver una ola de solidaridad que me pareció natural pero muy pronto aparecieron comentarios, dibujos y artículos en las noticias o en las redes sociales que sonaban algo así:

"¿Porqué sientes tanto dolor por mi hermano mayor (Francia)? ¡Mírame a mí (inserten el nombre de otro país)! A mí también me atropelló un coche y estoy en el hospital con heridas más graves que mi hermano, mi cama junto a la suya. ¿Por qué no sientes TODO ese dolor por mí en vez de por él? Mejor olvídate de mi hermano mayor. Además, él se lo buscó. "

Aunque puedo entender perfectamente de donde viene ese tipo de resentimiento, porque me ha pasado a mí cuando sucedieron los ataques terroristas en Bombay, ya no estoy realmente convencida de que en el contexto actual de violencia en el mundo este tipo de postura ayude a mejorar la situación.

Solicitarle a Facebook que active el servicio de Safety Check después de la reciente tragedia en Nigeria (como lo hizo para París) me parece justo y maravilloso. Escribirle a los medios de comunicación para pedirles que den mejor información sobre un determinado evento es fabuloso. Sin embargo, me parece que exhortar a lectores o individuos para que eviten expresar su solidaridad con ciertas víctimas del terrorismo resulta contraproducente. Y es que el verdadero resultado de una estrategia de este tipo es dividir en vez de unir a todos quienes desean la paz.

Como bien lo escribe Benito Taibo,  quien aconseja que no compartamos este tipo de mensajes en las redes sociales: "Estamos tan enojados, que incluso nos enojamos con los que están enojados a nuestro lado, de nuestro lado.Y acertadamente explica, “La salvajada de París, como la salvajada de Beirut, como la salvajada de Ayotzinapa, o Guerrero, o Siria, es en el fondo la misma salvajada (…) Los que mueren y sufren, en todos los casos, son ciudadanos como usted y como yo."

En realidad no podemos pedirle a Occidente o a la gente que alguna vez ha disfrutado de un bello viaje a París que no sienta dolor por la capital francesa. Del mismo modo, es perfectamente normal que la gente de la India inunde sus canales de noticias sobre sus atentados, o que en Medio Oriente se hable del Líbano cuando sucede algo ahí. Hay que recordar que nos duele más cuando muere nuestro propio padre que cuando muere el padre del prójimo y esto es sumamente natural, aunque pueda parecer injusto. Tratar de equilibrar las cosas podría parecer noble, pero no quiere decir que tengamos el derecho de decirle a nadie cuándo llorar ni por quién. Lloremos y dejemos llorar.

Al día siguiente de los atentados en París, mi marido iba a tomar un vuelo. ¿Adivinen en qué aeropuerto? Pues sí, en el de París... A pesar de que yo estaba preocupada por su seguridad, mis pensamientos también estaban con todo París, el Líbano y el avión ruso. Tampoco podía dejar de pensar en las madres de los jóvenes que acababan de cometer semejantes atrocidades. Yo me sentiría destrozada si mi propio hijo matara a gente inocente. No compadezco a los chicos que cometieron estos crímenes, pero soy madre y le deseo a las madres de esos muchachos mucha paz. Me niego a escuchar a las personas que piensen que mi postura equivale a decir que he olvidado el sufrimiento de las víctimas y sus familias.

Porque yo ya estaba pensando en todas esas personas infelices o en peligro me ha sorprendido la reacción de algunas personas que se indignan con quienes expresan que les duele París o que les duele lo que les venga en gana.

La tragedia es humana y no respeta banderas. Siempre que oigo hablar de tragedias en países en los que nunca he estado, o incluso en los lugares a los que he estado vinculada (Líbano, Irak, Jamaica, EE.UU. o México), siento un dolor absoluto. Afortunadamente, durante mis viajes, también me ha tocado ver franceses creando asociaciones para ayudar a colombianos, indios recaudando fondos para brasileños, belgas ayudando a guatemaltecos, etc. En la India tengo amigos musulmanes, hindúes, sijs, jainistas, cristianos y judíos. Todos ellos son maravillosos seres humanos y les deseo lo mejor. ¿No es eso lo que realmente significa “ser humano”?

Es nuestra responsabilidad individual  buscar fuentes alternativas de información para enriquecer nuestros puntos de vista. Intentemos entender a quienes piensan o sienten diferente a nosotros tan a menudo como sea posible. ¿Qué tal si intentamos buscar la paz dentro de nosotros mismos y con las personas a nuestro alrededor? Si tienes la suerte de estar en paz y de sentir que estás bien informado, ¿qué tal si compartes esa paz, buena voluntad y compasión con los demás, como supongo que ya lo estás haciendo?

Leamos bien, informemos bien, ayudemos a que las personas  con diferentes puntos de vista se comprendan y se respeten mutuamente. Seamos parte de un movimiento que este mundo urgentemente necesita. Y que la bendición de Yoda en La Guerra de las Galaxias se aplique a todos los que aboguen por ese objetivo: "Que la Fuerza te acompañe". Y bueno, ¿qué estás esperando? Deja de leerme ahora mismo y ¡a correr la voz de la Paz se ha dicho!

Copyright: Mrs. Ranc